Conejo Blanco tenía un día feliz. La Reina había decidido renovar su vestuario, así, porque sí, y andaba mareando a los más destacados modistos del reino tratando lo imposible: Estar guapa, esbelta y rejuvenecida a fuerza de trapos.
Todos sin excepción, hasta los más engreídos de ellos, temblaban ante estas sesiones por la conocida costumbre de hacer cortar la cabeza de cualquiera que contrariara de cualquier manera a su egregia majestad.
Nunca podían adivinar que es lo que podría ponerla de malhumor o desagradarle. ¡Costaba tan poco! Y no valía el recurso de irse de vacaciones cuando se aproximaba el día en que la Reina quería nuevo vestuario.Era totalmente imprevisible.
El más destacado modisto de todos, en realidad una modista, Hélène de la Camargue, lista ella había decidido hacía unos años dedicarse al prët-a-porter más sencillo para mantener un floreciente negocio y alejarse del círculo selecto de la Reina. Ella jamás se rebajaría a consultar con alguien dedicado a vestir a la plebe aunque supiera bien de su capacidad para crear los más bellos modelos.
Así que Conejo Blanco, que nunca era invitado a esas sesiones, libraba de sus obligaciones y podía dedicarse a la lectura, a escuchar música, a pasear. A hacer lo que le apeteciera con total tranquilidad.
Y en sus lecturas de aquel día encontró dos pensamientos que quiso compartir con su buena amiga Alicia.
¡Esos griegos! ¡Qué sabios! ¡Qué diferencia con la Reina y sus moscardones, que pretendían controlarlo todo y no eran conscientes de nada! La antigua Halicarnaso, hoy Bodrum |
De todos los infortunios que afligen a la humanidad el más amargo es que hemos de tener conciencia de mucho y control de nada."Ἡρόδοτος Ἁλικαρνᾱσσεύς (Herodoto de Halicarnaso)
Luego Conejo Blanco se rió con una cita de una buena mujer, cuyo origen no encontró pero le pareció sumamente divertida:
¡Ojala eso le hubiera ocurrido a él con la Reina! En su fuero interno a veces Conejo Blanco soñaba con ser él quien cortara la cabeza a su majestad. Que yo he vivido treinta años sin conocerte y me puedo pasar el resto de mi vida sin volver a verte.
Pues son tan válidas la una como la otra.Eso si,las dos demuestran que el control a veces es cuestión más de deseo que de otra cosa.
ResponderEliminarY si no,mira al pobre conejo,queriendo hacer una cosa y no pudiendo por mucho que quisiera.
Por cierto,muy lista la señorita de la Camargue,pero como un día a la tonta de la reina le de por el Pret a Porter...se va a enterar
Muy buenas citas, ambas dos, sí señora.
ResponderEliminarAunque la segunda no tiene desperdicio, por mucho que no sea de un clásico griego.... y además, me identifico un montón con él. Creo que ya imaginarás por qué (y por quién lo digo, tratándose de un divorciado, jeje).
Magnífico relato, divertido y tan bien construido y expresado como acostumbras a hacerlo, con una genialidad que aparenta enorme sencillez. Una vez más, gracias por seguir escribiendo, a pesar de todo.
Besotes bien gordos y merecidos.
José Manuel.