La tercera película de la saga, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, sigue imbatida como la versión cinematográfica por excelencia, gracias a un director muy personal, Alfonso Cuarón. Cuarón cumplió con el principio de traicionar la letra para conseguir ser fiel a su espíritu.
Esta sexta entrega adolece de numerosos males con alguno que le viene de origen: el apresuramiento de la escritora Rowling para cerrar la saga. Tanto Rowling como los responsables de esta película han cedido a las presiones de público y expectativas, lo que no suele proporcionar buenos resultados. Espero sinceramente que cambien de estrategia para la última adaptación que no promete nada de bueno.
Harry Potter y el misterio del príncipe es tediosa. Larga y lenta.
Gran error, enorme: reducir el papel del príncipe mestizo hasta convertirlo en simple testimonio presencial, carente por completo de la fuerza que era de esperar y que nos podía ofrecer un actor tan excelente como el veterano Alan Rickman. Éste tenía que ser su momento de gloria en la saga, personificando a uno de los personajes más interesantes, el profesor Severus Snape. Pero no, tenían que mantener en primera línea de fuego de forma permanente a ese trío de jovencitos que, contrariamente a lo que algunos quieren ver, están resultando unos actores muy mediocres. Ni Emma Watson es una Natalie Portman ni David Radcliffe un Christian Bale, para ofrecer algunas referencias que sirvan de orientación. De hecho el que más me convenció fue Thomas Andrew Felton en el papel de Draco Malfoy. O la joven intérprete de Luna Lovegood, la actriz irlandesa Evanna Lynch, vista por la autora como la anti-Hermione, razón vs. imaginación.
Otro error: el final de Dumbledore –no descubro nada ya que muchos, una gran mayoría, ya hemos leído hasta el último libro- teníamos que sentirlo como una enorme pérdida pero hay tal falta de tensión dramática y tan poco acierto por parte de Michael Gambon, muy lejos de su malogrado predecesor Richard Harris, que su lucha es pura anécdota.
Para colmo de males, hasta la música en ciertos momentos queda como descolocada, no así las piezas elegidas para el desfile de los títulos de crédito que en nuestro país casi nadie se molesta en quedarse para disfrutar hasta el final -¿igual que en las relaciones íntimas? ¡Qué horror! Así nos luce.
Si a eso le añadimos que uno ve justo antes la excelente Milennium, con una fotografía tan excelente de parajes naturales bellísimos, el color y fotografía del bueno de Harry... quedan deslucidos y desaprovechados.
En resumen: Decepcionante.
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