lunes, 10 de septiembre de 2012

El retorno de Drac



Parece que entre tanta crónica de sucesos y apocalipsis, hoy Isabel ha decidido tomarse un descanso y dejarme un poco de espacio. ¡Ya era hora! Estaba aburridísimo. Eso de no meterme con nada ni con nadie no me sienta nada bien, hasta tengo el estómago revuelto y he perdido fuego, yo que soy capaz de tostar toda una montaña a 22 kilómetros... Bueno, quizás exagero un pelín, pero sólo un pelín. ¿Para cuándo una olimpiada de dragones? Poner a prueba nuestra fuerza, capacidad de vuelo, trucos para aterrorizar a todo bicho viviente, en particular a los humanos y, claro, lanzamiento de fuego, lograr récords a la mayor distancia y a la calidad de  llama más notable.

Pero no, de momento la iniciativa no prospera. No es tiempo para dragones emprendedores. Ni tan siquiera parece ya ser tiempo de dragones en absoluto.  Y mis parientes quedan muy, muy lejos. No les gustan nada, pero que nada, las ciudades. A mí tampoco. Son rematadamente feas y quien diga lo contrario es que tiene el sentido de la estética bien averiado. Tampoco les gustan los desiertos. A mí, menos. Y estamos totalmente en contra de destrozar selvas como la Amazonia o la de Borneo. No, no, eso no se hace, eso sólo es propio de esos asnos que se llaman Homo sapiens y se creen el ombligo del mundo. Pets bufats, que dicen en la catalana lingua. Cualquier día de estos se va a acabar su tiempo, la Edad del Hombre.

Bueno, a lo que iba. Como estaba tan aburrido y soy tan aficionado a todo desastre natural de la pancha mama por falso que sea, me he quedado viendo dos telefilmes por el canal de pago, Miami Magma y Terremoto de hielo. Sabía que serían unos bodrios ya desde el título, pero, ¡me privan los volcanes y las simas terrestres! Historias de fuego y cuevas, de las entrañas de la tierra. .¡¡Mi caaaaasaaa!!-. Y así es como he aguantando ese Miami Magma mientras alucinaba viendo un producto low cost tan rematadamente low cost como éste. 
Pero también resulta divertido ir sacándole todos los defectos. Un perfecto diccionario de lo que no se tiene que hacer nunca. Me he quedado con las ganas de saber si la morenita en bikini (una excepción entre tanta rubia teñida, recogidas entre las descartadas para misses de barrio) se ahogaba en la piscina o se salvaba. Quizás se ha vuelto sirena de tanto aguantar la respiración; pero como no lo han mostrado, nada, me he quedado echando humo y esperando que en algún momento volviera a salir. Nada que hacer, la han dejado en remojo. Igual ha sido culpa del montador al que se le ha ido la tijera. Puro low-cost.

¿Y una de las rubias teñidas descendiendo a un pozo del que, previsiblemente, iba a salir fuego, con pantaloncitos cortos para mostrar pierna? ¿A quién se le ocurre, hombre? Ya no por el fuego, sino por la roca. Pero no preocuparos por ella. Con fuego y todo ha podido librarse sin un rasguño, sólo una miajilla despeinada, lo que le daba un look más sexy. 

El final, de apoteosis. Todo un general huye con los suyos junto con las dos nenas rubio teñidas, supuestas madre e hija o hermanas, ya ni muy claro me ha quedado, mientras un civil se sacrifica por el bien de la tierra haciendo estallar la bomba de turno. Tocaba porque tenía que redimirse por haber sido muy malo y traidor. Lo que ya convence menos es que todo un general permita algo semejante. Igualito que el capitán del Costa Concordia. Los capitanes y generales, primero. ¡Qué tiempos! Ahora vuelve Arturo con su Excalibur y se quedan solos con la tabla redonda y el gato cazarratones. Ginebra, por descontado, ni aparece. Anda posando para el People, el Hola y vendiendo glamour.

Total, que los actores, de pena. Malos pero malos con ganas. Y el director no firma como Alan Smithee, nooooo. Ahora ya ponen el nombre, verdadero o el de guerra, sin ningún sonrojo. El low-cost es lo más de lo más. 

Luego, Terremoto de hielo ha resultado más llevadero. Un par de caras familiares aunque el prota también es un actor pésimo y resto de actuaciones pelín más aceptables. En Terremoto de hielo el general es mucho más majo. Se preocupa y todo y no sale corriendo como una liebre. Un low-cost pero del de toda la vida. Esperando a ver cuándo vuelve a aparecer el perro de la familia -a éste lo han dejado volver, no como a la morenita del otro telefilme- y nada, muchos muertos pero pasa todo, celebran la Navidad y la familia unida jamás será vencida. Con perro y abeto. Y a todos los que pringaron, que les den. Como Dios manda, según decía aquél.  ¡Guai!

(bostezo) ¡Qué aburrimiento! Voy a ver si me entreno un poquito en el arte de sacar fuego. Creo que lo voy a necesitar muy pronto.


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